Recuerdo como si fuera ayer las palabras del antiguo decano de mi facultad de Farmacia en el discurso de graduación:
El futuro está en la intersección de las ciencias puras. Ahí es donde ocurren los verdaderos avances que mueven el mundo.
Ha llovido mucho desde que aquellas palabras resonaran en mi cabeza.
Quizás esa fue la razón que me empujara por más de 10 años en el apasionante mundo de la ciencia interdisciplinar.
Pasé de la química-física y la química orgánica haciendo nanotecnología a la nanomedicina y los modelos celulares, de ahí me moví a los biomateriales y bioimpresión 3D, y de ahí a la neurociencia y neuro-oncología.
Y es bastante curioso, porque aunque en este mundillo todos tengamos la etiqueta de científicos créeme cuando te digo que nada tiene que ver la manera de pensar de un químico, de un biólogo, de un ingeniero, de un físico o de un médico. He colaborado con profesionales científicos de muchas áreas, cada uno de su padre y de su madre, con un enfoque enriquecedor pero a la vez sesgado.
No obstante, desde un punto de vista científico no tiene demasiado sentido pegar bandazos.
Sin duda he dado muchos palos en los charcos para convertirme en un experto en nada.
Podría decirse que tengo un océano de conocimiento.
Pero un océano de 2 cm de profundidad.
Piensa en ello.
Piensa en ello porque puede ser muy frustrante ser un perfil generalista en un entorno especialista y lo contrario. Ser un perfil especialista en un entorno demasiado dinámico y cambiante.
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Pero a la ciencia interdisciplinar le faltaba algo.
Notaba un vacío.
Me faltaba un propósito que generase impacto.
El conocimiento por el conocimiento es fundamental para construir los cimientos y pilares donde se construye la ciencia aplicada y la tecnología.
Por eso empecé a interesarme por el mundo de los negocios, los ensayos clínicos y el marketing.
Era un mundo nuevo. Era la sabana africanca y yo me había pasado mis años más productivos en el zoológico.
He pasado por buenos zoológicos, incluso por los mejores zoológicos del mundo.
Pero eran zoológicos.
Y yo era una cebra.
Una cebra que si bien daba el cante en la academia, tampoco acababa de pegar en el mundo ese de las grandes empresas que llaman corporate.
Una cebra con traje y corbata sigue siendo una cebra.
Imagina que aparece una cebra en la plaza del pueblo, en el parque de tu urbanización o en las calles de La Gran Manzana. Resultaría igual de raro.
Bueno, quizás en Nueva York no tanto, pero no desvariemos.
El mundo empresa, la sabana, sin entrar en que sea mejor o peor que el zoológico, tiene unas reglas y unos trucos que hay que poner en práctica cuando vienes de la academia.
Es el principal problema de los perfiles científicos cuando sacan el pie fuera de su laboratorio de universidad.
Y es exactamente lo mismo cuando la empresa visita las universidades para buscar compañeros de desarrollo.
No hay buenos ni malos. Ni indios ni vaqueros.
Simplemente son entornos diferentes.
Por eso son tan importantes los ecosistemas de innovación científica.
Entornos donde los científicos, de diferentes campos pueden interaccionar.
Entornos donde las empresas tienen espacio para encontrar sus socios en innovación.
Entornos para que las empresas de base tecnológica puedan florecer, spinoffs académicas, startups…
Algo así como un oasis de la innovación donde poder trabajar y co-crear.
El oasis mínimo viable de la innovación son los eventos.
Eventos que si están bien hechos son las semillas de la innovación que formarán parte de esos ecosistemas ricos y prosperos donde científicos, emprendedores, sociedad y empresas tengan su lugar para co-crear el futuro que necesitamos.
Un espacio donde las cebras de bata, bota o corbata puedan sentirse como en casa.
Un espacio para innovar de forma cruzada.
De hecho, hace unos días estuve en uno de estos eventos de innovación cruzada. Te dejo por aquí la portada porque no tiene desperdicio:
Me sentí como una cebra galopando por la sabana.
Científicos, emprendedores, empresarios, clínicos… Trabajando juntos para crear soluciones innovadoras a los retos a los que se enfrenta la humanidad. Cruzando límites y poniendo en la mesa lo mejor de áreas tan dispares como podrían la aeroespacial, la nutrición o la economía azul para innovar.
Eran perfiles muy dispares, pero a todos nos unía algo.
Y es que, al menos por un rato, todos fuimos cebras de la innovación.
Si conoces a alguna cebra a la que le pueda interesar comparte:
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